lunes, 21 de febrero de 2011

Un poco de mi experiencia..

En realidad no podría recordar el número exacto de conciertos y recitales ya que, por requisito o gusto, iniciaron junto conmigo en mis estudios musicales… pero lo que sí sé, es que en cada uno aprendí algo, puse a prueba alguna habilidad diferente, y me la pasé muy bien.

Narraré, de la forma más breve posible, una anécdota que recuerdo muy a menudo. Tenía aproximadamente dos ensayos de haberme integrado a la Orquesta Juvenil del Estado de Puebla, cuando surgió nuestro primer concierto; yo ocupaba el lugar de primera flauta. Debido al poco tiempo de ensayo y a la complejidad de las obras, dependía un poco, confieso, de las habilidades de mis otros dos compañeros en el mismo puesto.

Había un ambiente agradable, ya que todos estábamos emocionados por estrenar las piezas recién puestas; yo, por supuesto, estaba un poco nerviosa, pero contaba con la presencia de mis dos compañeros y amigos. Llegamos al lugar, en donde ya se encontraba el escenario listo, con las casi 100 sillas listas para nuestro uso, sin olvidar al sinnúmero de personas ya presentes. Nos instalamos y comenzamos a calentar. Para mi sorpresa, uno de mis compañeros flautistas no se había presentado y el otro aún no aparecía, pero confiaba en que este último llegara retrasado. Comencé a ordenar mis partituras para el concierto… no estaban completas: había un danzón, el Danzón número 2 de Arturo Márquez; era hermoso. En él, había una parte que pertenecía sólo a la flauta, y era exactamente esa parte la que no tenía, porque la presté al flautista que no había llegado. Con mayor razón, estaba ansiosa por el retraso de Miguel, mi otro amigo. Faltando diez minutos para empezar, y yo al borde de la desesperación pero intentando no demostrarlo, entra Miguel. Noté algo raro… estaba terriblemente borracho; dejó sus cosas y se fue. A los pocos minutos se acercó uno de sus amigos para recoger sus pertenencias, diciéndome que ya no regresaría ninguno de los dos.

No puedo olvidar el silencio de la Orquesta compases antes de mi entrada al solo, ni al director con la batuta indicando mi entrada. De alguna manera, sin partitura y con los nervios casi dominándome, logré sacar el solo, y mejor de lo que esperaba. La melodía iba corriendo en mi cabeza, y sin conocer las notas exactas, intenté aplicar lo mejor que pude mis conocimientos en armonía y de improvisación. Cabe mencionar, como dato curioso, que casi en todo el concierto tuve que utilizar mi lectura a primera vista, en la cual no me considero tan mala.

Al parecer, tanto el director como el público, mis propios compañeros y yo misma, quedamos satisfechos, aunque, claro, al ser tantos, varios ni siquiera se percataron de lo que había pasado. Ésta es una de las tantas experiencias que he vivido durante recitales como acompañante, solista, integrante de ensamble, etc.

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